1 de octubre de 2023
Por: Maritza Viana Díaz
Comunidad Nuestra Señora del Monte Carmelo y Santa Teresa del Niño Jesús, OCDS Bogotá
Vivir una crisis como experiencia, para volcarnos hacia un auténtico camino de transformación, en un mundo de saltos al vacío y de vicisitudes extremas, es una oportunidad para descubrirnos desde la desnudez de nuestro interior y para sabernos interpretados por Jesús, en lo más frágil, en lo más débil y en lo más íntimo de nuestro ser; de tal forma que, como Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, la doctora de la pequeñez, la obediencia, la confianza y del extraordinario camino de infancia espiritual que trazó durante su paso excepcional por el mundo, podamos exclamar a Dios: ¡Cuánto te agrada hacer brillar la luz de tu gracia, en medio de la tempestad más oscura! (Manuscrito B- Historia de un alma).
Esa luz que solo los corazones anclados a Él, y que se encuentran siempre en total apertura y confianza en su amor, pueden ver sus movimientos en todo cuanto ocurre, en todo cuanto deviene inesperadamente y en todo lo que precipita las crisis: como la enfermedad, la persecución, la injusticia, el fracaso y todo aquello que pueda generar sufrimiento y dolor humano; incluso en tiempos de decisiones cruciales, como lo expresa Teresita, en un momento de duda y oscuridad en su vida:
“Mis tinieblas eran tan densas que veía y comprendía sólo una cosa: ¡que no tenía vocación! ¿Cómo describir la angustia de mi alma? Me parecía (…) que, si expresaba estas cosas a mi maestra, ésta no me permitiría pronunciar mis santos votos. No obstante, quería hacer la voluntad de Dios y volver al mundo antes que permanecer en el Carmelo haciendo la mía. Hice pues salir a mi maestra y llena de vergüenza le confié el estado de mi alma… el acto de humildad que había hecho puso en fuga al demonio que había pensado que tal vez no me atrevería a manifestar mi tentación. En cuanto terminé de hablar desaparecieron mis dudas… En la mañana…. me sentí inundada por un río de paz: “que supera todo lo que podemos pensar” pronuncié mis santos votos…” (Apartes del final del Manuscrito A-Historia de un alma.)
En estas líneas, Teresita nos ofrece una espléndida invitación a explorar cómo un momento de crisis puede dar un giro magistral desde un auténtico acto de humildad: el de pedir buen consejo, en el atreverse a confiar y expresar sus inmensas dudas y agobios a alguien dispuesto por Dios como lo fue su maestra, disipando los temores, las inseguridades y cualquier estado de confusión o angustia que pudieran estar aconteciendo en ese momento.
¿Cuántas veces hemos dejado de pedir buen consejo por orgullo, temor al rechazo o por autosuficiencia? Sin más, el saberse escuchado por Dios, en medio de la crisis, nos permite llevar a nuestras almas y a las de los demás hermanos al camino de la transformación desde la apertura hacia Él, como también ocurrió a Teresita en otro momento de crisis interior:
“Dios queriendo mostrarme que sólo él era el director de mi alma, se sirvió justamente de ese sacerdote, que yo fui la única en apreciar. Pasaba entonces por grandes pruebas interiores de toda especie (hasta llegar a preguntarme a mí misma si existía un cielo). Me sentía inclinada a no decir nada de mis disposiciones íntimas, pues no sabía cómo expresarlas, pero tan pronto entré al confesionario sentí que mi alma se dilataba. Después de haber dicho unas pocas palabras, fui comprendida de manera maravillosa, hasta adivinada… Mi alma era como un libro en el que el Padre leía mejor que yo...” (Apartes del Manuscrito A- Historia de un alma).
Estas líneas sacuden y conducen nuestros corazones por los jardines de la seguridad y la confianza en Dios, como pequeños niños que se sienten acogidos y escuchados por sus padres, al hallarse extremadamente frágiles y vulnerables, incluso, muchas veces perdidos y extraviados dentro de sí mismos, arrojados enteramente en los brazos de Dios, en todas las circunstancias de la vida, reconociendo la realidad de destierro[i] en esta tierra y sintiéndose enteramente escuchados y comprendidos. Porque no hay mejor camino que el que devela la acción transformadora de Dios en nuestro interior, ante las caídas, postraciones, derrotas, tropiezos y vaivenes, y que nos lleva hacia la hondura del alma, donde Jesús nos espera siempre con los brazos abiertos para acogernos tiernamente con su misericordia.
Otra preciosa pieza narrativa de Teresita, que despliega un aroma especial de transformación desde la crisis, es aquella en la que ella expresa con genuina sensibilidad la enfermedad de su amado padre, no como situación extrema o situación límite de rechazo o reproche, como quizás hacemos muchas veces en nuestras vidas, tendiendo a sucumbir y quizás a naufragar, sino como un instante de inmensurable riqueza que mueve y transforma el interior: “Los tres años del martirio de papá me parecen los más preciosos, los más fructuosos de nuestra vida, no los cambiaría por todos los éxtasis y revelaciones de los santos. Mi corazón desborda de gratitud al pensar en ese tesoro inestimable que ha de provocar una santa envidia a los ángeles de la corte celestial” (Apartes del Manuscrito A - Historia de un alma). Aquí Teresita nos transmite con especial sabiduría y sensibilidad cómo desde realidades humanas, sufrimiento, pena, dolor, es posible vivir una experiencia extraordinaria de crecimiento en el amor, en la fraternidad y en la gracia de Dios, con grandes frutos celestiales para el alma.
Vivir nuestras crisis como algo precioso, fructuoso y en gratitud con Dios pareciera quizás una contrapropuesta, paradoja o nada más que una ilusión. Más no lo es. Precisamente en medio de las fuertes lluvias de aconteceres y precipitaciones interiores, el motor de la inspiración se enciende aún más y alborota dulcemente la sensibilidad y el amor fraterno, tal como lo experimenta Teresita, al dar cuenta de las misericordias de Dios durante la enfermedad de su padre, observando y expresando amorosamente los cambios que en él ocurrían; siendo ello motivo de comprensión y aceptación de la voluntad de Dios y reflejando la capacidad de hacer una lectura extraordinaria del Evangelio mismo, incorporándolo a su vida cotidiana como ejemplo vivo de apertura total a la gracia divina.
¡Oh Dios!, que cuando llegue la crisis, tu amor sea lo único que mueva y transforme nuestro interior y que lo único que nos sostenga sea la oración!
[i] A la luz de la Historia de un alma, la palabra destierro podría entenderse en términos crisis, desde el no poder estar completamente con Dios, hasta cuando entreguemos completamente el corazón a Jesús; porque cualquier pena vivida con Jesús en el corazón, es todo un consuelo que renueva y transforma el alma.
9 de agosto de 2023
"No se puede adquirir la ciencia de la Cruz más que sufriendo verdaderamente el peso de la cruz. Desde el primer instante he tenido la convicción íntima de ello y me he dicho desde el fondo de mi corazón: Salve, Oh Cruz, mi única esperanza".
Por: Patricia Barrenetxe
Comunidad Luis y Celia Martin, OCDS Bogotá
Cuando pensamos en Edith, Stein nos inclinamos profundamente ante el testimonio de la vida y la muerte de "una hija extraordinaria de Israel e hija al mismo tiempo del Carmelo", como lo diría San Juan Pablo II.
Nació el 12 de octubre de 1891, en la entonces ciudad alemana de Breslau (hoy Wroclaw, que pasó a pertenecer a Polonia después de la Segunda Guerra Mundial). Era la menor de los 11 hijos que tuvo el matrimonio Stein. Sus padres, Sigfred y Auguste, eran judíos. Él murió antes de que Edith cumpliera los dos años. Su madre se mantuvo al frente del cuidado de la familia, pero no consiguió mantener en sus hijos la herencia de la fe.
Según lo describe la misma Edith, años más tarde, ella perdió la fe en Dios: "Con plena conciencia y por libre elección dejé de rezar", pues no encontraba en la religión sentido para la vida. Desde ahí inicia su búsqueda de la verdad, motivada por un solo principio: "Estamos en el mundo para servir a la humanidad".
Este incesante cuestionarse por el sentido profundo de la existencia la lleva a destacarse como una brillante estudiante de fenomenología, en la Universidad de Gottiengen. Llena de una personalidad marcada por la determinación, recibió el título de Filosofía de la Universidad de Friburgo en una época donde el papel de la mujer en la academia no era muy relevante.
A pesar de sus cuestionamientos, y de hasta entonces considerarse atea y amante de la razón, la inquietud por el servicio a la humanidad la lleva a enlistarse en la Cruz Roja como enfermera durante la Primera Guerra Mundial. Sus palabras fueron: "Ahora mi vida no me pertenece. Todas mis energías están al servicio del gran acontecimiento. Cuando termine la guerra, si es que vivo todavía, podré pensar de nuevo en mis asuntos personales. ¿Si los que están en las trincheras tienen que sufrir calamidades, por qué he de ser yo una privilegiada?".
Todo esto revela la búsqueda de su alma y el camino que le va trazando Dios, aunque en ese momento desconocido, para llegar a encontrarse con Él.
Poco a poco va encontrando vacíos que la filosofía no puede llenar. Las respuestas a sus interrogantes existenciales no son resueltas, no colman su alma, ni calman sus deseos de verdad. Dos hechos serán entonces determinantes para dar el paso a la fe en Cristo: la actitud de serenidad frente a la muerte que contempla en la esposa de un amigo cercano caído en combate y la lectura del Libro de la Vida de Santa Teresa, quien pasaría a ser su maestra de vida interior.
Una vez que lo comienza, Edith no puede soltar el libro: pasó toda la noche leyendo hasta terminarlo y finalmente su razón se sometió a la Gracia, pronunciando aquellas palabras desde su corazón femenino: "Esta es la verdad".
A partir de esa experiencia, continúa su particular itinerario de profundización en la fe en quien se le ha revelado como la Verdad y fuente de toda sabiduría.
El deseo es tal que su conversión la lleva a una entrega total al Señor en el Carmelo de Colonia, tomando el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz, vislumbrando de alguna manera el destino al cual este camino de seguimiento la dirigía.
Allí permaneció hasta que fue trasladada a Holanda por la persecución que trajo la Segunda Guerra Mundial y finalmente a Auschwitz, donde encuentra la culminación de su ofrecimiento, del deseo de vivir el misterio de la Cruz, del cual había escrito.
Edith Stein muere mártir, ofreciéndose como holocausto para la salvación de las almas, por la liberación de su pueblo y por la conversión de Alemania. Aquí encuentra la respuesta a sus interrogantes por la verdad de la existencia. El sentido más pleno de su vida estaba en entregarse por todos, por amor, como lo hizo Cristo en la cruz.
Su testimonio de vida y de muerte nos mueve profundamente a cuestionarnos el sentido más íntimo de nuestra existencia, la razón de nuestro seguimiento y la disposición de nuestra alma para unirse con Cristo a través de su cruz, es decir a encontrar eso que nos mueve a ser obsequio y a entregarnos por amor a Dios y a los hermanos.
La Ciencia de la Cruz, escrita por Teresa Benedicta, no es simplemente una suma de conceptos, sino una experiencia espiritual de vida, un camino interior de entrega total, un camino al cual todos como cristianos estamos llamados y un principio fundamental para quienes, como carmelitas seglares, hemos decidido optar hacia esa unión total con quien sabemos nos ama.
Debemos entonces procurar buscar la verdad plena de nuestra existencia, dejar de distraernos con todo aquello que nos aleje del cumplimiento de la voluntad de Dios en nosotros, aun en las situaciones adversas, en aquello que nos cuesta, que nos exige sacrificio o que simplemente no está dentro de nuestros planes.
Estamos llamados a entender que nuestro corazón estará inquieto e insatisfecho hasta que encuentre descanso en Dios. Hasta que Él sea nuestra única verdad. Hasta que la cruz sea la única fuente de toda nuestra esperanza.