9 de agosto de 2023
"No se puede adquirir la ciencia de la Cruz más que sufriendo verdaderamente el peso de la cruz. Desde el primer instante he tenido la convicción íntima de ello y me he dicho desde el fondo de mi corazón: Salve, Oh Cruz, mi única esperanza".
Por: Patricia Barrenetxe
Comunidad Luis y Celia Martin, OCDS Bogotá
Cuando pensamos en Edith, Stein nos inclinamos profundamente ante el testimonio de la vida y la muerte de "una hija extraordinaria de Israel e hija al mismo tiempo del Carmelo", como lo diría San Juan Pablo II.
Nació el 12 de octubre de 1891, en la entonces ciudad alemana de Breslau (hoy Wroclaw, que pasó a pertenecer a Polonia después de la Segunda Guerra Mundial). Era la menor de los 11 hijos que tuvo el matrimonio Stein. Sus padres, Sigfred y Auguste, eran judíos. Él murió antes de que Edith cumpliera los dos años. Su madre se mantuvo al frente del cuidado de la familia, pero no consiguió mantener en sus hijos la herencia de la fe.
Según lo describe la misma Edith, años más tarde, ella perdió la fe en Dios: "Con plena conciencia y por libre elección dejé de rezar", pues no encontraba en la religión sentido para la vida. Desde ahí inicia su búsqueda de la verdad, motivada por un solo principio: "Estamos en el mundo para servir a la humanidad".
Este incesante cuestionarse por el sentido profundo de la existencia la lleva a destacarse como una brillante estudiante de fenomenología, en la Universidad de Gottiengen. Llena de una personalidad marcada por la determinación, recibió el título de Filosofía de la Universidad de Friburgo en una época donde el papel de la mujer en la academia no era muy relevante.
A pesar de sus cuestionamientos, y de hasta entonces considerarse atea y amante de la razón, la inquietud por el servicio a la humanidad la lleva a enlistarse en la Cruz Roja como enfermera durante la Primera Guerra Mundial. Sus palabras fueron: "Ahora mi vida no me pertenece. Todas mis energías están al servicio del gran acontecimiento. Cuando termine la guerra, si es que vivo todavía, podré pensar de nuevo en mis asuntos personales. ¿Si los que están en las trincheras tienen que sufrir calamidades, por qué he de ser yo una privilegiada?".
Todo esto revela la búsqueda de su alma y el camino que le va trazando Dios, aunque en ese momento desconocido, para llegar a encontrarse con Él.
Poco a poco va encontrando vacíos que la filosofía no puede llenar. Las respuestas a sus interrogantes existenciales no son resueltas, no colman su alma, ni calman sus deseos de verdad. Dos hechos serán entonces determinantes para dar el paso a la fe en Cristo: la actitud de serenidad frente a la muerte que contempla en la esposa de un amigo cercano caído en combate y la lectura del Libro de la Vida de Santa Teresa, quien pasaría a ser su maestra de vida interior.
Una vez que lo comienza, Edith no puede soltar el libro: pasó toda la noche leyendo hasta terminarlo y finalmente su razón se sometió a la Gracia, pronunciando aquellas palabras desde su corazón femenino: "Esta es la verdad".
A partir de esa experiencia, continúa su particular itinerario de profundización en la fe en quien se le ha revelado como la Verdad y fuente de toda sabiduría.
El deseo es tal que su conversión la lleva a una entrega total al Señor en el Carmelo de Colonia, tomando el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz, vislumbrando de alguna manera el destino al cual este camino de seguimiento la dirigía.
Allí permaneció hasta que fue trasladada a Holanda por la persecución que trajo la Segunda Guerra Mundial y finalmente a Auschwitz, donde encuentra la culminación de su ofrecimiento, del deseo de vivir el misterio de la Cruz, del cual había escrito.
Edith Stein muere mártir, ofreciéndose como holocausto para la salvación de las almas, por la liberación de su pueblo y por la conversión de Alemania. Aquí encuentra la respuesta a sus interrogantes por la verdad de la existencia. El sentido más pleno de su vida estaba en entregarse por todos, por amor, como lo hizo Cristo en la cruz.
Su testimonio de vida y de muerte nos mueve profundamente a cuestionarnos el sentido más íntimo de nuestra existencia, la razón de nuestro seguimiento y la disposición de nuestra alma para unirse con Cristo a través de su cruz, es decir a encontrar eso que nos mueve a ser obsequio y a entregarnos por amor a Dios y a los hermanos.
La Ciencia de la Cruz, escrita por Teresa Benedicta, no es simplemente una suma de conceptos, sino una experiencia espiritual de vida, un camino interior de entrega total, un camino al cual todos como cristianos estamos llamados y un principio fundamental para quienes, como carmelitas seglares, hemos decidido optar hacia esa unión total con quien sabemos nos ama.
Debemos entonces procurar buscar la verdad plena de nuestra existencia, dejar de distraernos con todo aquello que nos aleje del cumplimiento de la voluntad de Dios en nosotros, aun en las situaciones adversas, en aquello que nos cuesta, que nos exige sacrificio o que simplemente no está dentro de nuestros planes.
Estamos llamados a entender que nuestro corazón estará inquieto e insatisfecho hasta que encuentre descanso en Dios. Hasta que Él sea nuestra única verdad. Hasta que la cruz sea la única fuente de toda nuestra esperanza.